martes, 8 de diciembre de 2009

Que no.

Se pasó los dedos por los labios y cuando los miró estaban cubiertos de sangre. Otra vez ese gusto en su boca. Ese gusto amargo que le demostraba otra caída, otra batalla perdida. Indefensa, sola, así estaba. Intentaba no llorar, pero inevitablemente las lágrimas le saltaban de los ojos. Ese gusto en su boca le demostraba que nada iba a cambiar. Esas promesas de mejorar, de ser distinto, de ser el hombre que ella esperaba, se desvanecían por completo cada vez que tragaba. Abría los ojos cada vez más, pero todo era borroso y no conseguía ver dónde estaba. Quería levantarse del piso y ponerse de pie, pero no tenía fuerza. Sus brazos no respondían y sus piernas estaban completamente paralizadas, como si no formaran parte de su propio cuerpo. Se recostó sobre un solo lado para descansar un poco y en seguida recibió otro golpe en el estómago, ese golpe tan conocido que ya no la sorprendía, simplemente le hacía dar cuenta de que la rutina se repetía y ella seguía sin poder escapar. Otra vez las mismas sensaciones en su cuerpo, otra vez la falta de aire. Intentaba hablar pero no conseguía pronunciar una sola palabra, movía sus manos rogando que los golpes terminaran, pero el mensaje se invertía y recibía una segunda patada en su estómago, y una cuarta, y una quinta y así perdía el conocimiento por unos minutos. Su mente estaba casi en blanco, sólo podía pensar en el dolor que le provocaba cada golpe y en el dolor que sentía por cada herida, por cada moretón viejo y por los que recién estaban empezando a formarse. Cicatrices viejas que estaban sangrando nuevamente y cortes nuevos que serían otras cicatrices en su cuerpo, un cuerpo lleno de marcas que evidenciaban una vida que no coincidía con su idea de felicidad, que no eran fieles a su idea de amor para toda la vida.

Así se quedó en el piso.

El tiempo es irrelevante cunado el dolor es tan fuerte y uno sólo piensa en hacerlo desaparecer, por lo que nunca supo cuántas horas o minutos pasaron desde que él se fuera de su cuarto hasta que ella se pusiera de pie. Pero el hecho es que se levantó y en seguida se dirigió al baño para limpiarse la cara y curarse algunas heridas. Con la poca fuerza que le quedaba levantó la cama de su cuarto, esa cama que compartía con él hace muchos años, pero que hoy solamente representaba todo lo que ya no compartían. La separó de la pared y buscó la marquita que había hecho hacía dos semanas. Cuando la encontró, dio un golpe seco contra la pared y sacó aquello que se encontraba escondido ahí dentro. Caminó directamente hacia el sillón de la chimenea, pues ya era habitual en él prender un cigarrillo y contemplar el fuego después de golpearla como lo había hecho esa noche. Apretó bien fuerte el arma en sus manos y levantó sus brazos con toda la fuerza que tenía, toda la fuerza que él mismo había utilizado en cada golpe, en cada piña, en cada patada o en cada empujón por las escaleras. Esa fuerza con la que él la había humillado y la había arrastrado por el piso tirándole tan sólo de un mechón de pelo, toda esa fuerza estaba ahora en sus manos a punto de concederle su venganza tan merecida.

En defensa propia, claro que sí. Pero los tribunales siempre fallan cuando las pruebas no son suficientes y cuando las evidencias no concuerdan con el relato de la acusada. No importa. Su libertad depende de si misma y sueña sola. Independencia adquirida por su declaración de ser mujer. Libertad conseguida a través de un crimen en primer grado, premeditado. Una treinta y ocho comprada dos semanas antes y tres balazos en el pecho. Por supuesto que en el pecho, las mujeres valientes lo hacen de frente, mirando a los ojos, despidiéndose con ese contacto que las libera, ignorando el vago pedido de lástima y remordimiento al que ellos se someten cuando no hay otra salida. No importa la ropa, no importa el baño, no importa la cama en la que le toque dormir de ahora en adelante, ni la comida que le toque comer. Labores variados, tareas asignadas. NO importa. Nada es relevante. Su libertad está en su mente. Ella la compró y ahora es dueña. Ella no le debe nada a nadie. Ella tiene su venganza hecha y una vida por delante. Los límites son propios. Ella es dueña, ella es mujer sola.

1 comentario:

  1. Esta bien, no le quedaba otra. Los tribunales andan siempre mal, conozco del tema

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