lunes, 30 de noviembre de 2009

HOUSEWIFE. Cena Romántica.

Marcos me había confirmado que llegaba a casa para comer, por lo que no me quedaba mucho tiempo. Santino estaba en lo de Benja, y Juanita tenía un asado. Todavía no entiendo cómo la dejamos ir después de las cuatro materias que se lleva. Pero nos convenció, los hijos tienen esa manera de debilitarnos cuando más les conviene. Es increíble cuánto crecieron. Ellos disfrutando su adolescencia despreocupada y yo cocinando una receta de Maru Botana. O intentando, mejor dicho. Los viernes Elena siempre nos deja algo listo, pero hoy le había pedido que se fuera antes así tenía la casa completamente sola. Además me gustaba la idea de aventurar un poquito en la cocina. Hacía mucho que no me tomaba el tiempo de cocinar algo rico para Marcos y para mí. Así que con delantal y música de fondo estaba yo en la cocina, ensuciándome las manos y llenando la cocina de humo. Sellé el carré siguiendo todas las indicaciones, sólo faltaba que el caramelo de las zanahorias se terminara de hacer y las papas se doraran bien parejitas en el horno. Cuando terminé con todo, me pegué una ducha bien rápida. Si había algo poco sexy era tener olor a humo. Sexy. Me pregunto si después de todos estos años Marcos sería capaz de mirarme y pensar en esa palabra. O mejor no me lo pregunto. Supongamos que puedo estar elegante y linda. Sexy era de pendeja, cuando no me colgaban las rodillas y en lugar de éstos rollos tenía panza chata. Ahora ya no me sentía así, ni me hacían sentir así.
Me sequé el pelo y me planché solamente el flequillo, hacía mucho que no me quedaba tan bien. Me pinté las uñas y me puse el conjunto de encaje que me había comprado especialmente, a lo mejor hacía maravillas. Estuve paseando semi en bolas por todo el cuarto mientras se me secaban las uñas y una vez secas, me puse los tacos y el vestidito negro de Dior que Marcos me había regalado cuando cumplí 40 y que sólo había usado ésa vez. Me maquillé un poco, base, tapa ojeras, ojos un poquito negros y boca un poquito roja. Me puse mis aros de oro blanco y la cadenita haciendo juego. Me paré frente al espejo, di una vueltita y pensé: “Si Marcos no me mata así, me mato yo”. Estaba hecha una yegua, una yegua con clase, claro.
Bajé al comedor y giré de a poco la bolita de las dicroicas hasta conseguir la cantidad de luz adecuada para la ocasión. La mesa estaba perfecta, prendí las velas de los candelabros, las apagué y las volví a prender. No estaba muy convencida, pero después de todo sino para qué están.
Serví las papitas que ya estaban bien doradas en una pirex de vidrio y en otra igual las zanahorias caramelizadas, no pude evitar probar una y me puse contenta al comprobar que me habían salido muy ricas. Corté algunos pedazos de carré y los puse en una fuente con un poco de jugo y los dejé en el horno ya apagado. Ya eran las nueve y media y Marcos estaba por llegar en cualquier momento. Me fijé en la mousse que estaba en el freezer y llegué justo a tiempo para cambiarla a la heladera, sino iba a terminar congelada.
Me senté en mi lugar de la mesa y así empezó mi espera. A los quince minutos lo llamé a Marcos y no me contestó. Lo mismo pasó con las otras diez llamadas que le siguieron. Estaba a punto de dejarle un mensaje, pero se me hizo un nudo en la garganta y tuve que cortar. Tenía tanta bronca que las zanahorias fueron a parar a los pies de la escalera y con las papas improvisé un nuevo decorado en la pared del comedor. Lo único que se salvó fue el carré, sino vaya uno a saber cuál hubiese sido su destino.
Una hora más tarde ya había limpiado todo. Típica descarga mía, si tan sólo pudiera limpiar lo que en verdad necesito limpiar. Cada cosa ya estaba de vuelta en su lugar, levanté la mesa del comedor y hasta cambié las velas de los candelabros, para que las mechas quemadas no me delataran. Por último me saqué la pintura, o lo que quedaba de ella después de tanto llanto, y guardé el vestido en su lugar de siempre.
Finalmente me acosté en mi lado de la cama. Estaba sola, rendida. Cerré los ojos intentándo dormirme. Los volví a abrir cuando sentí que alguien estaba ocupando el otro lado de la cama, pero yo no sabía quién era ese alguien, ya no reconocía a ese hombre que se acostaba al lado mío. Los diez centímetros de colchón que nos separaban eran inmensos y con tal de ignorar esa distancia entre nosotros, cerré los ojos otra vez y simulé dormir hasta que me dormí de verdad. Me dormí pensando que quizás a la mañana siguiente Marcos se despertaría a mi lado y no el hombre que acababa de acostarse en su lugar. Me dormí pensando en esa idea. Me dormí soñándola. Me dormí.

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